A Aurora la encierran en casa sin previo aviso como a todos, en el número 17 de Passeig de Lluís Companys.
Su realidad automatizada va disolviéndose entre cibersexo, chats de meditación interactiva y muchos recuerdos.
Las noticias escalofriantes la obligan a contar hormiguitas, porque está viviendo el fin del mundo en versión contemporánea, un Apocalipsis sobrevenido de chándal, vagabundos que son profetas y vecinos terminales que se vuelven mesías; las lloviznas son diluvios universales y los animales campan otra vez a sus anchas.
Pues el paraíso prometido, después de todo, quizá se encuentre justo en el balcón de enfrente.
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