¿Es posible ser compañero de Jesús de Nazaret sin luchar por un mundo más justo, sin atender al dolor del hermano? ¿Pueden sus seguidores obviar las palabras del Maestro en las que se identifica con los hambrientos, sedientos o privados de libertad, es decir, con los excluidos? ¿Tienen los cristianos alguna responsabilidad sobre el ateísmo creciente en nuestro orbe? ¿Acepta este mundo, cada vez más alejado de la trascendencia, otro testimonio creíble de la Fe que no sea la opción por la Justicia? A todas estas preguntas respondió la Compañía de Jesús con Pedro Arrupe al frente como su Prepósito General desde 1965 a 1983, proclamando como exigencia absoluta la vinculación entre Fe y Justicia como consecuencia de la reconciliación entre los hombres derivada de la reconciliación previa con Dios. Más de cuatro siglos después de que el fundador San Ignacio de Loyola imaginara una orden especialmente entregada a las necesidades del Papa, Arrupe se propuso cumplir con la misión encargada por San Pablo VI a la Compañía de Jesús de oponerse con todas sus fuerzas al ateísmo, con una lucha por la Justicia que proviene de la Fe. Durante el generalato de Arrupe cuarenta y nueve jesuitas sufrieron el martirio por su compromiso con la Justicia en todo el mundo. Todo para Mayor Gloria de Dios.
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