El abandono del hijo crucificado no promete la resurrección y la salvación; denuncia la impotencia de Dios para redimir la maldad del mundo. Sin embargo, consigue una «moral» que encuentra -precisamente en la experiencia del dolor que conlleva la violencia, de donde nacen mundo e historia- las razones de una «amistad» que nos permite habitar el mundo como extraños: comprendiendo -sin perdonar nada.
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