La Ilustración española, según las investigaciones recientes, configura dos épocas de las cuales la segunda, mucho más intensa y nutrida de autores y producción, corresponde esencialmente a la Escuela Universalista, en gran medida formada por profesores jesuitas y, en consecuencia, alterada o interrumpida por el decreto o pragmática de expulsión de esa orden religiosa promulgado en abril de 1767 por Carlos III, a resultas de oscuras maniobras políticas en las que el Conde de Aranda desempeñó sin duda función decisiva.
Este hecho, bien conocido y a nuestro juicio comúnmente de manera extraña interpretado, y del cual no es objeto tratar aquí a no ser de forma muy puntual, produjo efectos lamentables en lo que en nuestro tiempo se suele llamar el «sistema educativo»; también, como no podía ser de otro modo, en la vida de muchos miles de personas y sus familias, de individuos inocentes e inapropiadamente maltratados e inculpados.
Un número importante de estos expulsos, convertidos en *abates» o secularizados devino profesores migrantes, exiliados y largamente humillados a quienes se otorgó una exigua pensión pr