Descripción
“La ley es la ley”: esta frase no dice nada pero tiene sentido. No es más que una frase, y sin embargo tiene fuerza, es la expresión misma de la fuerza, incluso, al establecer sin decirlo una diferencia entre la ley jurídica y la ley del más fuerte. Es precisamente esa diferencia lo que esperamos de la justicia, en las condiciones de ejercicio del derecho, y más allá.
Derrida, trabado desde su infancia en un cuerpo a cuerpo con la lengua y la nacionalidad francesas, elige la filosofía para esta exigencia de justeza, y descubre, en ella, la exigencia sin condiciones de la justicia, diferenciando en su nombre el derecho y la fuerza que este instituye. La justicia -indeconstruible, la que traza el límite de aquello que puede decirse- resiste, pues, a los poderes de las lenguas y de las naciones, se disemina en las leyes griegas y judías, naturales y positivas, antiguas y revolucionarias, nacionales e internacionales. Pone en juego la historia del pensamiento y de la política, disociando siempre el presente de aquello que debería ser. La justicia no se presenta nunca como tal. Pero hay que traducir, se puede traducir: “la deconstrucción es la justicia”.