El hormigón encarna la lógica capitalista.
Es el lado concreto de la abstracción mercantil.
Como ella, anula todas las diferencias y es más o menos siempre lo mismo.
Producido de forma industrial y en cantidades astronómicas, con consecuencias ecológicas y sanitarias desastrosas, ha extendido su dominio por el mundo entero, asesinando las arquitecturas tradicionales y homogeneizando todos los lugares con su presencia.
Monotonía del material, monotonía de las construcciones que se edifican en serie conforme a algunos modelos básicos de duración muy limitada, tal como establece el reinado de la obsolescencia programada.
Al transformar definitivamente la edificación en mercancía, este material contribuye a crear un mundo en el que ya no nos encontramos a nosotros mismos.
Por eso había que rastrear su historia; recordar los designios de sus numerosos paladines de todas las tendencias ideológicas y las reservas de sus pocos detractores; denunciar las catástrofes que provoca en tantos ámbitos; poner de manifiesto el papel que ha desempeñado en la pérdida de ciertas destrezas y en el declive de la artesanía; y en último término, demostrar cómo dicho material se inscribe en la lógica del valor y del trabajo abstracto.
Esta implacable crítica del hormigón, ilustrada con abundantes ejemplos, es también y quizá sobre todo la crítica de la arquitectura moderna y del urbanismo contemporáneo.
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