Descripción
“Uno reveló ser un matricida. Otro se dedicó a luchar como gladiador. Dos ejercieron de filósofos. E incluso hay uno al que la Iglesia Ortodoxa tiene por santo y rinde veneración. Tan diversas personalidades comparten una circunstancia: la de ser emperadores romanos.
Utilizando un tono polémico que no deja de resultar sumamente familiar el oído moderno, los Romanos no tenían empacho en despellejar a sus dirigentes tachándolos de lunáticos, asesinos o imbéciles —aunque tampoco se privarían de reverenciarlos, elevándolos a la categoría de héroes o genios—. Pero si alguna lección cabe extraer de la historia de los Césares, de Augusto a Rómulo, es que el gobierno ha de ser la representacion del sentido moral de la sociedad. Porque en último término, lo único que consigue un gobierno que se aparte de las realiades del mundo que le rodea es erosionar los cimientos mismos de la sociedad. El desplome del Imperio Romano de Occidente no se debió tanto a la invasión bárbara como a una falta de imaginación frente a la necesidad de asimilar a los recién llegados. La incitación al prejuicio y las fantasías relacionadas con la naturaleza del mundo revelaron ser entonces —como invariablemente ocurre en cualquier época— la receta más segura para el desastre.”