¿Qué hacen los habitantes de la Estación Espacial Internacional en sus horas de asueto? ¿a qué dedicaban su tiempo de descanso los chavales embarcados en las tres carabelas que surcaron el océano sin saber cuándo ni dónde aparecería tierra firme? ¿Qué haría durante cuarenta y seis años Juana de Castilla encerrada en Tordesillas por voluntad de otros? Un encierro elegido tiene el horizonte y la certeza del punto final, lo que no evita el tedio ni el aburrimiento, pero la clausura por necesidad nos vuelve tarumbas cuando ya no sabemos cómo enredar.
El virus se nos comió una primavera, nos forzó a cambiar las obligaciones de sitio y nos regaló tiempo libre que algunos aprovecharon para ordenar armarios y limpiar trasteros, leer, ver series y cocinar pan; otros decidieron tirar de artes y desempolvaron sus guitarras o aporrearon pianos, dibujaron o escribieron un diario.
El ARTE ha llenado nuestro espíritu cuando ya no queríamos hacer otras cosas. Y no ha sido sólo un recurso: ha venido a decirnos que, en esos momentos de forzada intimidad casera, teníamos licencia para crear. Cada uno a su manera, quizá, cada día de manera diferente.
El confinamiento también tuvo su faz positiva.